Rezaba una pancarta con el rostro de
Cristina en el acto realizado en Las Heras, provincia de Santa Cruz, este
jueves pasado: “Aquí no se rinde nadie”.
Y vaya que la realidad de estos días
lo demuestra con creces.
Sin embargo, la adecuación de oficio
al Grupo Clarín, más la fuerte embestida política diplomática contra los fondos
buitres, la aprobación y promulgación del Código Civil y Comercial, la
inauguración del Sistema Federal de Medición de Audiencias y la lucha sin
cuartel contra las cuevas ilegales del dólar ilegal, por poner apenas un puñado
de ejemplos, hablan que el proyecto de país que hoy nos gobierna avanza a paso
redoblado derribando una por una las resistencias que los representantes del
viejo país siguen oponiendo.
Es el viejo poder el que resiste y se
defiende como gato entre las leñas; en tanto el kirchnerismo, como expresión
contemporánea del país inclusivo, demuestra ser una fuerza política y cultural
que marca nítidamente el tiempo y el espacio de este nuevo siglo.
Seguramente esta impronta y esta
voluntad de pasar permanentemente a la ofensiva, conservando y acrecentando la iniciativa
política, será la marca registrada que el gobierno de Cristina impondrá a la
marcha de los acontecimientos hasta el último de sus días.
Por ese lado no habrá nada que temer.
Será la sociedad la que tendrá que
lidiar con su propio destino. Y saber elegir bien cuando llegue la hora de las
urnas, será una forma de hacerlo.
Decía Antonio Gramsci que “ninguna
sociedad se propone tareas para cuya solución no existan ya las condiciones
necesarias y suficientes o no estén, al menos, en vía de aparición y de
desarrollo”.
Más allá de la prudencia que nuestra
apreciación subjetiva requiere, no se puede negar que la sociedad argentina viene labrando su
propio camino y sentido común por el lado contrario que proponen los grandes
medios de comunicación.
El poder mediático hegemónico, que es
el que mejor expresa a las clases dominantes y es parte constitutiva de esas
clases, viene perdiendo paulatinamente su antigua capacidad de construir a su
antojo el sentido común de los argentinos.
Este diagnóstico alienta mucho.
Pero a decir verdad, será la sociedad
la que deberá cultivar en su pródiga memoria los quehaceres de los días que
corren.
Cultivar, por ejemplo, la miserable
conducta de los dirigentes opositores que en su gran mayoría estuvieron
ausentes de las grandes decisiones que afectaron y afectan la vida de las
personas y de la patria misma.
A todo dicen que no.
Ausentes de la patria sin aviso previo
de modo permanente.
Si la política fuera un trabajo, hace
rato que ya los habrían cesanteado. Pero es harto evidente que para esos
opositores, Macri, Binner, Carrió, Massa, Cobos, Sanz, la política es apenas el
maquillaje previo a exponerse a las luces de un estudio de televisión. Y si de TN se trata, obviamente que para
ellos mejor.
Es tal la distancia que media entre
la mediocridad opositora y el paso distinguido del kirchnerismo en sus
diferentes expresiones que, mientras los primeros debaten si está bien que el
radical Gerardo Morales se saque una fotografía con Massa o si irán amontonados
con Macri o no, la Presidenta dialoga con Vladimir Putin sobre la suerte del
planeta y el rol decisivo de las comunicaciones.
Pues bien, la sociedad deberá
acumular y procesar todos estos datos para saber construir el futuro mediato e
inmediato de los argentinos.
A un año de una nueva elección
general, el kirchnerismo ya avisó que seguirá avanzando y renovando el
escenario día a día.
El que se queda quieto, pierde.
El que se demora en el camino,
pierde.
El que no entiende la dinámica del
proceso histórico que vive el mundo, la región y el país, pierde.
Claro que la mecánica no es el fuerte
del kirchnerismo.
La dialéctica, sí.
Dice Gramsci citando al mariscal
Caviglia: “La experiencia de la mecánica aplicada de que la fuerza se agota
alejándose del centro de producción es dominante en el arte de la guerra. El
ataque se agota avanzando; por ello la victoria debe ser buscada lo más posible
en la proximidad del punto de partida”.
La política, en cambio, como arte,
oficio y vocación militante, demuestra que se pueden lograr muchas victorias
aun estando lejos del punto de partida.
No lo dice Gramsci, lo decimos
nosotros.
¿Acaso el kirchnerismo no lo viene
demostrando?
El amplio espacio kirchnerista es
eso, una dinámica que avanza y renueva escenarios todo el tiempo. Es difícil
que la oposición lo emule. Porque no entiende y lo que es peor, se niega a
entender las leyes que rigen el devenir humano. Para ellos la vida es una
fotografía, no una película que no tiene fin.
El proceso político argentino sigue
trepando cimas. Viene de llevar a juicio a los fondos buitres ante las Naciones
Unidas.
Es la primera vez que un país
soberano se planta ante el costado más salvaje y poderoso del capitalismo
neoliberal concentrado y que no
solamente no se rinde sino que obliga a pasar a la defensiva a los mismos que pusieron
de rodillas a gobiernos de pueblos milenarios como Grecia.
Ahora la política se metió de lleno
en el templo sagrado del poder mediático: Clarín. Digamos más: se les metió la
democracia y la ley. Y de esta cima ya no se vuelve. Allí está el nudo desatado
del principal problema de la modernidad mediática. El monopolio fue tomado por
la ley y
no por un gobierno ni un partido político, que es lo que hubieran preferido Magneto y compañía.
La adecuación de oficio impuesta al
Grupo Clarín es la mayor y la mejor
demostración del poder emergente de esta nueva democracia.
Ocurre en medio de un mundo que viene
avanzando desde Oriente y que al llegar a estas playas abraza solidario a la
Argentina y a toda la región.
Ver y escuchar a Putin hablando desde
Moscú a Santa Cruz y a Cristina viceversa, es ver y escuchar a la nueva
configuración del poder en el planeta.
No hay batalla que libre el
kirchnerismo en soledad; aunque parezca solitario en una sesión del Congreso.
Hay un nuevo mundo que los acompaña.
Y hay un pueblo que no afloja.
Miradas al Sur, domingo 12 de octubre de 2014
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