lunes, 20 de mayo de 2013

El termómetro de un genocida



La muerte del genocida Videla nos permite  tomarle el pulso y la temperatura a la democracia. 
Pasada la conmoción del primer anuncio de su fallecimiento, los obituarios, los comentarios y  la cronología de su larga vida, sería útil y necesario mirar a los costados, al frente y atrás de su sepulcro para ver cómo estamos como sociedad.
Empecemos.
¿Quién lloró a Videla? La flor y la nata de la vieja oligarquía.
¿Hubo movilizaciones multitudinarias como cuando murió Pinochet? No hubo ninguna movilización, ni a favor ni en contra.
El Estado y en particular las Fuerzas Armadas de las que él fue comandante en jefe ¿le brindaron honras fúnebres oficiales?  No. No hubo nada de eso. Ni desfiles. Ni coronas oficiales. Ni mención siquiera en las portadas institucionales.
¿Hubo algún demócrata que haya rescatado algo del pasado de Videla?  No.   
¿Cómo reaccionaron  los grandes diarios del país que supieron ser sus socios y patrones  en Papel Prensa? ¿Manifestaron su pena o la disimularon?  Ni una cosa ni la otra. Tanto Clarín como La Nación consignaron su muerte casi con frialdad, sin comprometerse con su pasado.
A la hora de matar, lo acompañaron.  A la hora de su muerte, lo abandonaron. 
¿Videla murió en su casa, en un cómodo cuartel o en una prisión común? En una prisión común.
¿Se supo de su elección política en el último tramo de su vida? Manifestó en distintos reportajes su profundo  odio contra el gobierno democrático de los Kirchner.
¿Se hizo un minuto de silencio en las escuelas y universidades, en hospitales, fábricas y estadios de fútbol?  No. Definitivamente, no. 
Hagamos un diagnóstico precoz: la democracia goza de buena salud;  la fiebre está en los grandes medios y desde allí contagia a un pequeño sector de la sociedad.
Este termómetro no miente.
Si hubiese otro estado de ánimo social, si hubiese cierto ablandamiento en la textura del sistema político, si los antiguos socios y camaradas en la noche de la dictadura cívico-militar hubiesen manifestado sin pudores su dolor por la pérdida del genocida, si las respuestas fuesen contrarias a  las que aquí consignamos, entonces sí  habría que preocuparse en serio por lo que pueda pasar con cada campaña de Magnetto.
Que la muerte del genocida  pase sin pena ni gloria es un orgullo para esta democracia inclusiva  que estamos construyendo.
Y en consecuencia, es la vergüenza final  de los que cultivan el odio a  cacerola batiente, en los programas de TN, en la lengua falaz  del Grupo Clarín y  La Nación.
El termómetro de Videla demuestra la razón del fracaso de la oposición mediática: nada de lo que blasfemen, será creído ni reproducido.
La democracia está más viva que nunca.
Videla no.

El Argentino, lunes 20 de mayo de 2013


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