domingo, 21 de abril de 2013

La victoria de la diversidad democrática

Nicolás Maduro asumió en Venezuela. La UNASUR se fortaleció en el Perú. Y el 18A   pasó por la Argentina.
Por estas huellas tan diferentes estuvo la vida esta semana.
Diremos en primer lugar que el golpismo destituyente anduvo de cacería por la región en estos días. No se llevó nada; gracias a la templanza de los pueblos y sus gobiernos.
Pero que anduvo, anduvo.
Venezuela fue el epicentro de la última intentona. Jugaron fuerte los golpistas. Que el gobierno de los EE.UU. no haya reconocido a tiempo el proceso democrático y el orden jurídico institucional venezolano, no es una mora cualquiera. Es la rúbrica final de una campaña política que encabezó Capriles y los intereses corporativos que él representa.
Saquemos enseñanza de ese pueblo hermano.
Aguantó de pie y sin fragmentarse el tremendo impacto de la muerte de su líder, el Comandante Hugo Chávez. Habrá que hacer memoria a la hora del balance y anotar la expectativa que abrigaban desde adentro y desde afuera del país bolivariano aquellos que pujaban o temían una guerra sin cuartel por la herencia del mandato. ¿Y qué ocurrió? Lejos de debilitarse esa unidad, el componente organizado de la revolución chavista estrechó filas al pasar esa cornisa que fue del magno velatorio al día de las elecciones. Se ganó con lo justo. Pero se ganó. En la banquina quedaron los sectores sociales que sólo se sumaban cuando vivía el Comandante y los perezosos y los confiados en creer que las urnas estaban resguardadas con el aliento del chavismo y no era necesario concurrir a votar.
Y también aquellos que seguramente no acordaron con el nombre de Maduro, su mensaje y su estilo.
La violencia llegó como un argumento necesario para deslegitimar la victoria. Está escrito en cualquier manual de la derecha latinoamericana. Si no pueden ganar, salen a desprestigiar y embarrar la cancha. Y en este caso la ensangrentaron con varios muertos y heridos.
El alto mando chavista respondió con sabiduría: garantizar el orden sin perder la cordura. Evitaron el caos provocado por Capriles; no fueron funcionales a él. Y así pudieron salir rápidamente de la emboscada letal que se preparaba.
La guerra civil no aconteció porque las mayorías se negaron a bajar de las barriadas cumpliendo así las instrucciones del presidente Maduro.
Es un proceso abierto el de Venezuela, como son todos los procesos de cambio. Pero hay un hilo conductor de su fortaleza que lo une a toda la región: la existencia de la UNASUR, el MERCOSUR y la CELAC.
Y ese fue el signo de poder colectivo que se escribió en la madrugada del 19 de abril en Lima, Perú. Ahora nadie puede llamarse a engaño. No se reunieron los presidentes aprovechando un recreo en la fiesta de asunción presidencial en Caracas. Se reunieron en Lima, una noche antes, precisamente para demostrar ante el mundo, el poder regional soberano que se ha construido en estos últimos años.
“Si tocan a Venezuela, nos tocan a todos”, ese fue el mensaje de los mandatarios. El viejo sueño de los Libertadores, la América unida en la Patria Grande, es una realidad.
Pero ojo, que esta construcción es una tarea permanente. En democracia, como en la vida toda, no hay una victoria de una vez y para siempre.
En la diversidad de sus pueblos y gobiernos está esa fortaleza. Y este concepto es el que se afianzó en Lima con la presencia de Evo, Piñera, Dilma, Santos, Mujica, Ollanta y Cristina, más otros representantes de la región.
Vale hacer un repaso del discurso de asunción de Nicolás Maduro.
En especial cuando advierte la infección de odio y revanchismo de clase que desató la derecha en Venezuela y que pretende extender a otros países.
Y aquí te quiero ver, Argentina.
El 18A hubo muestras elocuentes de intolerancia política. Habrá que estar atentos. La paz debiera ser no un mero estado de ánimo, sino una categoría política y cultural imprescindible e innegociable para nuestra convivencia.
Dicho esto, decimos: la antipolítica desnudó en las calles de Buenos Aires y otras ciudades del país, la orfandad política de la oposición.
Si la politización de la sociedad es un peldaño mayor en la cultura de los pueblos, la apolitización, en cambio, es la expresión del analfabetismo político.
Ni esta vez ni las anteriores salieron a protestar por lo que falta avanzar en el camino de recuperación de la justicia, del trabajo decente, de más y mejor producción, de más y mejor consumo interno. Salieron a protestar por lo bueno que se ha hecho desde el 2003 hasta el presente.
Les molesta la inclusión social de los más humildes. Les molesta la integración a la Patria Grande. Les molesta la hermandad con la Venezuela Bolivariana. Les molesta la igualdad y sus consecuencias.
Pero están en problemas hoy mucho más que en el 8N, porque ahora se demostró en vivo y en directo, con los referentes partidarios marchando desorientados en esa masa inconforme con la dirección de los vientos que hoy gobierna, que ni siquiera tienen un Capriles y que ni siquiera sumando a los partidos políticos de la oposición pueden construir un nuevo liderazgo.
Es peor aún: la suma de estos referentes les restó fuerzas y energías a esta última marcha opositora.
Una marcha, cualquiera sea, tiene dos efectos inmediatos: interpela a unos y apoya a otros.
Este 18A no interpeló al gobierno sino a la oposición para que lo represente.
Y apoyó políticas que se corresponden con un proyecto de país que está en las antípodas del que lidera Cristina.
No es que el gobierno no los escucha, sino que escucha a los que nunca antes fueron escuchados; que es muy distinto.
Por eso este 18-A deberá cotejar fuerzas con el proyecto nacional y popular en elecciones libres.
Antes deberán convencerse que ni el Grupo Clarín ni el diario La Nación ni el showman Lanata entran por la ranura de una urna. Sólo entra el voto ciudadano.        
Que no hayan utilizado esta energía imitando el ejemplo que la militancia juvenil del kirchnerismo expresó en La Plata, demuestra tristemente que están en el reverso de la solidaridad. 

Miradas al Sur, domingo 21 de abril de 2013



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