jueves, 13 de octubre de 2011

Hagamos el amor, no la guerra


La semana pasada el ex presidente uruguayo, el socialista Tabaré Vázquez, vino a Buenos Aires para apoyar a su correligionario argentino, Hermes Binner.

En ese encuentro, Binner destacó el “ejemplo de diálogo” que representa el dirigente uruguayo, marcando un supuesto contraste con el gobierno de Cristina Kirchner.

Pero hete aquí que ayer nos desayunamos que Vázquez, “el dialoguista”, quería declararnos la guerra por el conflicto del río Uruguay y hasta pidió ayuda a George Bush.

Es más: los socialistas uruguayos calificaban de “fascistas” a los asambleistas argentinos y a nuestro propio gobierno.

O sea.

Mientras Néstor y Cristina Kirchner pugnaban por una resolución pacífica, Vázquez jugaba a los soldaditos.

¡Menos mal que los “dialoguistas” son ellos!

Calma “socialistas”.

El proyecto nacional y popular, en ambas orillas de la Patria Grande, se distinguió a lo largo de su historia por su compromiso con la paz entre los pueblos hermanos.

Está en su ADN.

Nuestra nación sólo declaró la guerra contra los imperios en el siglo 19: contra el Imperio español, en las luchas por la Independencia de América, con el liderazgo del General San Martín, Belgrano, Artigas y todos nuestros próceres patrios; y contra el Imperio Anglo Francés en 1845, bajo el liderazgo del Brigadier Juan Manuel de Rosas.

Lo hizo en defensa de su identidad de Nación soberana, nunca por afán de conquistas territoriales.

Defendió heroicamente nuestra soberanía en las Islas Malvinas y luego, en la Batalla de la Vuelta de Obligado, sobre nuestros ríos interiores.

Sólo cuando la contrarrevolución de Mayo se impuso, con los unitarios de Bernardino Rivadavia, primero y de Bartolomé Mitre, después, se desandó la vocación pacífica y se emprendió la Guerra de la Triple Alianza contra la hermana República del Paraguay.

Fue un genocidio de los liberales de entonces contra un pueblo manso, soberano y con el mayor desarrollo de la época en toda América.

Claro que la nuestra es una historia de violencia.

Con un detalle significativo: todos sus grandes hombres prefirieron el destierro antes que ahondar la lucha entre hermanos.

José Gervasio de Artigas, Padre del Federalismo, argentino oriental, como gustaba definirse, se auto impuso un exilio en tierras paraguayas.

José de San Martín, marchó a Francia “para no derramar sangre entre hermanos”.

Juan Manuel de Rosas, marchó a Inglaterra.

Juan Domingo Perón, marchó por América hasta llegar a Madrid.

Hoy que el mundo en decadencia está cruzado por la crisis política económica y los tambores mediáticos invocan la guerra, tenemos el deber de reafirmar una sola consigna: América Latina es un continente de paz.

Pese a Tabaré.

El Argentino, jueves 13 de octubre de 2011

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