viernes, 23 de septiembre de 2011

Amar la vida, siempre, siempre


Entre Nueva York y Georgia, en los EE.UU., median 850 millas de distancia. Algo así, como 1.368 Km.

Mientras en la sede de Naciones Unidas, ubicada en la primera de las ciudades, los mandatarios de todo el mundo debatían, dialogaban, acordaban, se peleaban, se amigaban, se enemistaban y volvían a dialogar, en Georgia, el prisionero Troy Davis era ejecutado en cumplimiento de una orden de la Corte Suprema de los EE.UU.

Ocurrió antes de anoche.

De un lado, la vida en su estado de diversidad natural.

Del otro, la vida arrancada por quienes se sienten dueños de ella.

El negro Davis venía de zafar tres veces de la pena de muerte en los últimos 20 años, acusado por el homicidio a un policía que, seguramente, él no cometió.

No hay pruebas en su contra. Los nueve testigos que hubo, confesaron que habían mentido por presiones de la policía local. No hay armas ni huellas digitales ni ADN que lo inculparan.

El reclamo por la vida de Davis fue masivo: desde el Papa Benedicto XVI a los gobiernos de la Unión Europea, artistas populares de los Estados Unidos, como Susan Sarandon, Amnisty Internacional, el ex presidente Jimmy Carter, el diario The New York Times y más de un millón de firmas de ciudadanos que exigían clemencia.

Finalmente, los supremos bajaron el pulgar y una inyección letal empezó a correr por las venas del prisionero, amarrado a una camilla en la cárcel de Jackson, Georgia.

Doctorada en muerte, la barbarie no sabe de clemencias.

Troy Davis dijo en su último minuto: "Soy inocente. Hay que dar pelea contra la pena de muerte, mucho más después de la mía. Dios tenga merced de sus almas".

La familia del policía asesinado 20 años atrás, apoyaba fervientemente la ejecución del acusado.

Entre la vida y la muerte, hay más de 850 millas.

La cultura de los pueblos no se mide por millaje sino por el sentido que se le da a la vida.

Hay que construir otro mundo. Más justo. Más tolerante. Más humano.

Empezar a hacerlo es valorar más y más el país que hoy tenemos.

¿Alguien sabe acaso de una Madre de Plaza de Mayo, una sola, pidiendo la pena de muerte para los genocidas de sus hijos?

No hay ni habrá ninguna, porque ellas, más que nadie, aman la vida y la justicia. Y porque nunca se creyeron “dioses”, como sí lo hicieron los supremos de la mayor potencia mundial, que el miércoles 21 de setiembre a las 11.08 de la noche, rechazaron los ruegos y pedidos de clemencia y ordenaron ejecutar a Troy Davis, de 42 años.

La autoridad moral de un gobierno, como el argentino, deviene de la defensa irrestricta de los derechos humanos, en cualquier tiempo y lugar.

Algunos líderes debieran aprender lecciones de moral, antes que de política y economía.


El Argentino, viernes 23 de septiembre de 2011

.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sr, me detengo en este parrafo: "¿Alguien sabe acaso de una Madre de Plaza de Mayo, una sola, pidiendo la pena de muerte para los genocidas de sus hijos? No hay ni habrá ninguna, porque ellas, más que nadie, aman la vida y la justicia."
Recuerdo una madre, que sintió alegria ante el atentado a las torres gemelas. La misma madre esta a favor de la ETA, un grupo que justamente no ama la vida ni busca justicia.
Un poquito de imparcialidad