domingo, 21 de agosto de 2011

La dimensión de la victoria


El eje de rotación de la democracia se ha corrido de lugar, definitivamente.

Ya no está allí donde se le antojaba a Magnetto o Mongo Aurelio. Ni donde lo pretendían los que azuzan con el miedo permanente.

El eje de rotación está en la voluntad popular y no se moverá de allí.

Cuanto más sólida y robusta se manifieste esa voluntad, la democracia girará con mayor seguridad en torno a la justicia y la inclusión social.

Esa es la lectura principal que habría que hacer sobre los resultados de estas elecciones.

No entender esta ley elemental de la política provoca una estampida en las frágiles huestes opositoras.

Siguen como si nada hubiese pasado desde Néstor Kirchner hasta nuestros días. El discurso, de derecha a izquierda, es el mismo que tuvieron siempre.

En la memoria larga.

Como si nada les significaran las transformaciones operadas en las capas más profundas de la sociedad a partir de las medidas de reparación y cambio impulsadas por Cristina Fernández de Kirchner desde el 2007. Como si no existieran la Asignación Universal por Hijo, el Matrimonio Igualitario y la nueva Ley de Medios.

En la memoria corta.

Es decir, esa dirigencia sigue analizando el devenir sobre un cuadro virtual que sólo está en su imaginario.

La historia probablemente describirá dentro de mucho tiempo, que la oposición mediática y partidaria de estos años labró su estrategia creyendo que estaba en la batalla de Pavón, mientras la Presidenta de los argentinos lo hacía desde los campamentos de Tecnópolis.

Vaya con la diferencia.

Es tal su desconexión con la realidad del siglo 21 y con las demandas populares de esta etapa, que van camino a desintegrarse más temprano que tarde.

El oficialismo y la oposición no juegan en un mismo tablero de la historia ni mucho menos conciben por igual la dimensión tiempo-espacio.

Por eso y sólo por eso, nos permitimos pronosticar un triunfo más abrumador todavía para el 23 de octubre que el obtenido el 14 de agosto por la Presidenta.

De no mediar este análisis general, correríamos el riesgo de banalizar el diagnóstico. Algo así como jugar a quién la tiene más grande en la esquina del barrio.

Y los momentos históricos no admiten las banalidades; tampoco las ambigüedades.

O cruzas la cordillera con San Martín o lo saboteas desde el puerto con Rivadavia.

Este es un momento histórico tan trascendente como fue el que protagonizaran nuestros patriotas hace 200 años.

Ahora bien ¿cómo se paran los hombres y mujeres del proyecto nacional y popular ante semejante desafío?

Relea usted el discurso de Cristina en la noche del triunfo y tendrá la respuesta.

No hay allí “triunfalismo” alguno porque hay una causa inmensamente superior a las dimensiones de una legítima compulsa electoral. No se trata de una cuestión de “modales” o de recursos “tácticos”.

En esta concepción, todas las batallas democráticas son importantes en tanto contribuyen a esa causa nacional que tiene por objetivo un país más justo y más igualitario.

Esta dimensión es la que no cabe en el imaginario opositor, tan atento y servil al mandato de los dueños del poder financiero y mediático.

En consecuencia, el “que se vayan todos” del 2001, es la horma del zapato que diez años después tendrán que asumir y calzar indefectiblemente.

La coyuntura es más compleja, más rica y más profunda que las inconsistencias que se dicen en estos días desde una dirigencia que no atina a saltar su laberinto.

Deberían mirar ese “mundo desarrollado” que tanto admiran en sus discursos de propaganda para advertir el abismo que los aguarda de persistir en la misma dirección.

Si en los países del poderoso hemisferio norte el piso de la democracia no para de crujir, los partidos políticos opositores y sus mandantes de estas pampas, que siguen fanatizadamente el mismo derrotero, correrán inevitablemente igual o peor suerte. Con una salvedad: los países seguirán en pie pese a todo, pero los gobiernos y los partidos de corte neoliberal se derrumbarán como muñecos de nieve en el desierto de Sahara.

Ahora sí estamos en condiciones de afirmar porqué el triunfo de Cristina es el triunfo político de un modelo de país.

Es un triunfo político porque se impuso sobre el “voto cuota” de TN y la prensa opositora. Se impuso a la estrategia del miedo de una campaña mendaz. Se impuso al tembladeral que azota al mundo. Se impuso a un Parlamento dominado a sus anchas por la oposición en estos dos últimos años. Venció las cruzadas opositoras contra las expresiones más emblemáticas de la democracia: las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo y el Juez Raúl Zaffaroni. Organizó con absoluto éxito el Bicentenario Patrio. Superó con dignidad la dolorosa perdida de Néstor Kirchner. Apostó al valor de la política antes que al “valor de los mercados”. Soportó a pie firme el ataque despiadado de 500 tapas de Clarín y La Nación. Bancó a la juventud contra la reaparición de los viejos fantasmas del pasado. Lideró el MERCOSUR y la UNASUR y desde allí ayudó a impedir dos de los tres golpes de estado en la región, contra Correa en Ecuador y contra Evo Morales en Bolivia. No tuvo siquiera en las medidas más justas e inclusivas el acompañamiento de ningún sector de la oposición antioficialista.

El triunfo se explica en la netbook número un millón entregada esta semana y en la visita del Presidente Juan Manuel Santos, consolidando definitivamente el siglo de la unidad de América del Sur.

Las próximas elecciones deberán remover los últimos obstáculos que quedan para poder profundizar la calidad institucional de nuestra democracia, haciendo que el fiel del equilibrio entre el Ejecutivo y el Legislativo no pase por el reparto de más bancas entre los personeros de la vieja política, sino por el respeto a la ley de gravedad que enunciamos al principio: la voluntad popular de construir un país donde la “patria, la igualdad y la libertad” sean el pan nuestro de cada día.

La dimensión final de esta victoria es la recuperación del trabajo y el amor entre un pueblo y su Presidenta.

Eso que algunos llaman, simplemente, lealtad.


Miradas al Sur, domingo 21 de agosto de 2011

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