domingo, 3 de octubre de 2010

Crónica de una victoria latinoamericana


Minutos después del mediodía, Cristina Fernández de Kirchner tomó la primera decisión: suspendió la agenda prevista para la tarde y pidió la comuniquen con cada uno de los presidentes de la UNASUR.

En Ecuador el golpe estaba en marcha y ella lo entendía así. Era un golpe. No una sedición policial.

En un primer movimiento, Kirchner calentó los motores para volar directamente a Ecuador. Los informes que venían de allá, advertían que sería imposible aterrizar en Quito. “¿Y en Guayaquil?” Preguntaron. “Menos”, respondieron.

En las primeras horas de la tarde la Presidenta comunicó a sus pares que esa misma noche debían autoconvocarse para decidir medidas concretas en la UNASUR.

Los gobiernos de Colombia y de Perú, vecinos inmediatos de Ecuador, adoptaron acciones en sus fronteras.

Ningún presidente sudamericano dudó: había que venir a Buenos Aires esa misma noche.

Esta vez, el golpismo estaba condenado de antemano por América Latina.

Con el heroicismo de Correa, la memoria de Salvador Allende sobrevolaba nuevamente el continente.

Entre los mandatarios, había una honda preocupación. Pero actuaban rápido.

En las horas más dramáticas, los presidentes se parecen mucho más a sus pueblos.

Había golpe. Había secuestro.

Pero ¿quién estaba detrás del golpe? Era la pregunta que se multiplicaba.

Los cables y noticieros de los medios concentrados en toda la región, negaban la gravedad de los hechos y hasta la emparentaban con una “rebelión popular” contra Correa.

¿Negligencia periodística? ¿O complicidad golpista?

Ya habría tiempo para llegar a fondo en la búsqueda de las causas y de los responsables intelectuales del golpe.

Caía la tarde y había que actuar rápidamente en la defensa irrestricta del gobierno democrático del presidente Correa.

La resistencia y contraofensiva regional se organizó en apenas tres horas. No es un detalle menor. Armar la agenda, el borrador de declaración, la logística de los vuelos y de la reunión presidencial, es decir de la máxima instancia institucional y política de nuestras democracias, es mover a un gigante a paso redoblado.

Cuando llegó la noche y los presidentes empezaban a llegar al Palacio San Martín, quedó en claro que la etapa de reunificación política sudamericana había superado en cantidad y en calidad a la concentración monopólica.

Cuanto más se concentró el poder mediático y económico, fue cuando más fragmentaron el continente. Ese fue el signo distintivo del neoliberalismo.

La historia se está revirtiendo y América Latina vuelve a tener una sola voz.

Ahora, los latinoamericanos se imponen a los “ladinoamericanos”.

Es una de las causas del fracaso golpista.

Golpean en Ecuador o en cualquier otro país hermano y recibirán de inmediato la resistencia activa de cada uno de nuestros pueblos y nuestros gobiernos. Están advertidos. La próxima vez que lo intenten se “adoptarán medidas concretas e inmediatas tales como cierre de fronteras, suspensión del comercio, del tráfico aéreo y de la provisión de energía, servicios y otros suministros” (punto 4 de la resolución adoptada por la UNASUR).

Las condiciones para dar un golpe se construyen. No surgen por generación espontánea ni para llenar “un vacío de gobernabilidad”. Siempre fue así. Aunque la nueva modalidad de estos golpes pretenda guardar otras formas y otros estilos, no son más que puro tacticismo para disimular las verdaderas motivaciones del golpe. Nuevamente los poderosos intereses económicos usaron a uniformados para derramar sangre hermana y salvaguardar sus cajas fuertes.

Pero la verdadera razón de este nuevo golpe hay que buscarla en la inminente aplicación constitucional del artículo 312 de la nueva Constitución, aprobada hace dos años y que dispone que a partir del próximo 20 de octubre los banqueros de Ecuador debieran vender todas las acciones que tienen en medios de prensa y comunicación. Algo así como la versión ecuatoriana de nuestro artículo 161 de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.

Cualquier semejanza…

Al asumir su segundo mandato, el 10 de agosto pasado, Correa fue muy claro al recordar a los banqueros que están obligados por la Constitución a vender en octubre los medios de comunicación u otras empresas que no tengan que ver específicamente con la actividad financiera.

Y a renglón seguido, advirtió a su pueblo estar atentos ante posibles intentos de desestabilización de parte de los que no aceptan los profundos cambios que se están produciendo en Ecuador al igual que en Argentina, en Bolivia y en toda América Latina.

Súmele ahora el tratamiento en la Asamblea Nacional ecuatoriana de una nueva Ley de Medios que reordena la actividad periodística en el país, dominada a su libre albedrío por los propietarios de las empresas periodísticas. Esos mismos que hace una semana estuvieron reunidos en Buenos Aires con los directivos de la ADEPA, unificando reclamos y líneas de acción contra los gobiernos populares de Ecuador y Argentina y que, según los secuaces de Magnetto, “maltratan a la prensa independiente”.

De esto se habla cuando se dice con precisión y objetividad política, que esta conspiración es política y mediática y que las corporaciones monopólicas no tienen prejuicios en usar, para defender sus privilegios, a la oposición política, a la progresía, a los dinosaurios de la extrema derecha y sus funcionales de la extrema izquierda, a la iglesia y con más razón a los que portan las armas que les entregó el pueblo para que lo defienda. Así en Ecuador, Venezuela, Bolivia o Argentina.

Que cada uno elija su destino, ahora.

El Grupo A y sus adyacencias “progresistas” construye aquí las condiciones destituyentes que genera el Grupo Clarín, pero se “escandaliza” cuando esos mismos intereses golpean afuera.

Complace ver a todo el arco político argentino unificarse en defensa de la democracia ecuatoriana.

Pero algunos opositores que condenaron el golpe contra Correa se parecen a las “Damas de beneficencia” que prodigan limosnas a los mismos pobres que ellas, sus albaceas, sus CEO y sus maridos, ayudan a reproducir.


Miradas al sur, domingo 3 de octubre de 2010

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