sábado, 3 de julio de 2010

EL FÚTBOL ES UNA ALEGRÍA QUE DUELE

Perdimos.
Nos volvemos a casa.Todo es tristeza, pero también es orgullo de estar representado por un equipo como esta Selección del Diego.
El fútbol sigue siendo la mejor metáfora que inventó la humanidad para retratar la vida.
Así en el nacimiento, la muerte y la resurrección del hombre en toda su dimensión.
Hoy sólo tenemos ojos para celebrar la vida. Con sus alegrías y sus tristezas.
Todo está ocurriendo en apenas un mosaico del planeta, llamado América del Sur.
Por eso algunos no paramos de llorar, desconsolados.Y otros de reír y festejar, casi descontrolados.
Pero si de algo hay que estar seguro, es que todos por igual pusieron lo mejor que tienen nuestros pueblos.A veces se puede y a veces no. Simplemente, sucede.
En el Río de la Plata, la alegría es toda de Uruguay. Y más allá, paraguaya.
Desde Carmelo y Colonia hasta Paysandú, Tacuarembó, La Paloma y el Chuí para bajar después por los adoquines de los barrios más humildes de Montevideo.
Contagiarse con ellos es devolverle la patria a Don José Gervasio Artigas.
En este abrazo orillero vaya la emoción que sentimos este domingo de julio.“Obdulio”, aquel relato maravilloso de Eduardo Galeano, pinta de un solo trazo el alma de los uruguayos, es decir del alma nuestra, de los que estamos de este lugar del mundo, latinoamericano, “sudaca”, rioplatense y a mucho gusto señores de la vieja Europa:
“Yo era chiquilín y futbolero, y como todos los uruguayos estaba prendido a la radio, escuchando la final de la Copa del Mundo. Cuando la voz de Carlos Solé me transmitió la triste noticia del gol brasileño, se me cayó el alma al piso.
Entonces recurrí al más poderoso de mis amigos. Prometí a Dios una cantidad de sacrificios a cambió de que Él se apareciera en Maracaná y diera vuelta el partido.Nunca conseguí recordar las muchas cosas que había prometido y por eso nunca pude cumplirlas. Además, la victoria de Uruguay ante la mayor multitud jamás reunida en un partido de fútbol había sido sin duda un milagro, pero el milagro había sido más bien obra de un mortal de carne y hueso llamado Obdulio Varela.
Obdulio había enfriado el partido, cuando se nos venía encima la avalancha, y después se había echado el cuadro entero al hombro y a puro coraje había empujado contra viento y marea.
Al fin de aquella jornada, los periodistas acosaron al héroe. Y él no se golpeó el pecho proclamando que somos los mejores y no hay quien pueda con la garra charrúa:- Fue casualidad -murmuró Obdulio, meneando la cabeza. Y cuando quisieron fotografiarlo, se puso de espaldas.
Pasó esa noche bebiendo cerveza, de bar en bar, abrazado a los vencidos, en los mostradores de Río de Janeiro.
Los brasileños lloraban. Nadie lo reconoció. Al día siguiente, huyó del gentío que lo esperaba en el aeropuerto de Montevideo, donde su nombre brillaba en un enorme letrero luminoso. En medio de la euforia, se escabulló disfrazado de Humphrey Bogart, con un sombrero metido hasta la nariz y un impermeable de solapas levantadas.
En recompensa por la hazaña, los dirigentes del fútbol uruguayo se otorgaron a sí mismos medallas de oro. A los jugadores les dieron medallas de plata y algún dinero. El premio que recibió Obdulio le alcanzó para comprar un Ford del año 31, que fue robado a la semana”Ese era “El Negro Jefe”, Obdulio Varela, el capitán que alentó a sus compañeros gritando: “los de afuera son de palo”.
Y ese es Galeano, el que se alegró con el triunfo uruguayo pero que también se emborrachó de tristeza al confesar:“Me da pena que Ghana, el último equipo africano que quedaba en pie, haya sido eliminado del Mundial; el fútbol es una alegría que duele y también en eso se parece a la vida”, cerró el poeta escritor.
Mañana es lunes y la vida seguirá como de costumbre. Pero algo cambió en el aire que respiramos.
La oposición seguirá siendo amarga, el Clarín pronosticará de nuevo una caída que no llega nunca y todos los simples mortales que se ganan la vida como dios manda, seguiremos creyendo que otro país es posible.

Y otro barrio también.

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