martes, 30 de septiembre de 2008

LA POLÍTICA TIENE COSAS QUE DECIR EN ESTOS DÍAS

La crisis de Wall Street no tiene fin. Ahora entró en su fase de expresión política parlamentaria y lo hizo con tanto o más ruido que cuando cayeron los principales bancos y fondos de inversión. La votación fallida en el Congreso de EEUU es la más descarnada versión política de la crisis. No debemos dejar que las explicaciones se limiten al juego de los análisis exclusivamente financieros. La crisis es una crisis de valores políticos. Así lo deberíamos observar desde nuestro lejano sur para no confundirnos en la neblina ajena y poder alumbrar mejor el horizonte que se nos abre por delante.¿Se acuerdan las cosas que se decían cuando cayó el Muro de Berlín?. Es útil recordar cómo se castigaba públicamente a todos los que se oponían al discurso dominante del neoliberalismo a escala mundial. "Anacrónico" y "estatista" fue la acusación más suave contra quienes seguían manifestando su simpatía por un mundo donde la inclusión social y el rol regulador del estado, motivaban su acción política. Prevalecía el afán de los neoliberales y sus voceros mediáticos por denostar y aplastar todo pensamiento distinto al discurso hegemónico. La sanción política no se detuvo siquiera con el derrumbe de la URSS; por el contrario, se profundizó al punto de presentar discursivamente cual si fuesen parte de un mismo espacio a socialistas, comunistas, nacionalistas populares, desarrollistas, indigenistas, sindicalistas combativos, etc. Decían que era el fin de la historia, cuando en verdad buscaban el fin de nuestra historia como pueblo y nación. El gran relato neoliberal empezaba negando el anterior, el del estado de bienestar. Hoy la historia se invirtió y este derrumbe neoliberal reclama de nuestra parte una sepultura acorde con lo que está ocurriendo. Si el progresismo, nacional y popular, no lo hace desde la política, otros, desde los intereses más concentrados económicamente, se encargarán de presentar a la brevedad posible esta coyuntura como un episodio pasajero y "señores, aquí no ha pasado nada, sigan circulando que todo sigue igual". Los más calificados economistas coinciden en retratar la caída de Wall Street no como un episodio sino como una grieta tan honda como la que dejó en 1989 la caída del Muro de Berlín. Que hable entonces la política para ayudarnos a entender lo que está pasando y lo que puede venir o sobrevenir de ahora en más. Es imperioso abordar las causas y consecuencias del caos financiero desde otras miradas y perspectivas, complementando y enriqueciendo el debate abierto.Sin cometer el desatino del revanchismo, es hora de arrojar los textos de los Fukuyamas y Chicagos boys, Cavallo y López Murphi, por la rejilla de la historia allí donde los encontremos y reverdecer aquellas ideas que siempre defendimos construyendo una nueva arquitectura política que nos represente. Debemos empezar ya.Desde hace mucho tiempo que en nuestro país se produjo un verdadero disloque o descoyuntamiento entre la representación política y la estructura socio-económica, entre los partidos políticos y la nueva configuración de clases sociales que aconteció en la Argentina con la dictadura militar y particularmente con el menemismo. Y no faltaron intentos para dar respuesta a este vacío. Recordemos que en pleno proceso neoliberal, se abrió paso un sector tercerista en cuanto a su equidistancia de los partidos tradicionales, allá por los años 90. Eso ya es historia en tanto no pudo, no quiso o no supo echar raíces perdurables en el conglomerado de la representación política.Algo semejante ocurrió con los variados ensayos de transversalidad de la época kirchnerista. Ninguno pudo cuajar verdaderamente, obligando al propio gobierno a ser pilotos de la gestión y en simultáneo, militantes de la acción política. Lo cierto es que en estos años todo intento por construir una fuerza política nueva que se fije la meta de constituirse en mayoritaria, nacional y popular, progresista y transformadora, corrió con el estigma de voluntarista, anticuada y fuera de foco, chocando con el ya viejo esquema partidista. Se decía, y con razón, que hasta que no desandemos las esquirlas y las ondas expansivas que ocasionaron la derrota cultural sufrida por los sectores identificados con el rol activo del Estado en tanto regulador de la economía a favor de los sectores socialmente vulnerables, sería bastante improbable que se den las condiciones para la nueva construcción o representación política que se viene reclamando. Pues bien. La derrota de las ideas nacionales y populares terminó el día que estallaron las burbujas y el gobierno de Bush apretó el botón rojo del Estado para acudir en auxilio del mercado en Wall Street. Es hora de hacer un nuevo edificio político. Este es un contexto histórico que nos obliga a repensar las ideas y las formas de hacer política desde los cimientos que quedaron en pie de nuestras antiguas banderas sociales. El Estado y la política juegan ahora. No somos nosotros los que estamos en retirada ni lamiendo las heridas de nuevas derrotas. Lo viejo seguirá su farsa. Cobos haciendo sus mini golpes de estado en pequeñas grageas, recibiendo a los opositores en su despacho y viajando a Miami, Carrió consultando al oráculo y el ingeniero Macri jugando al gestor privatizador en el momento en que el Estado volvió para representar a la ciudadanía democrática. Los sectores identificados con el proceso abierto en 2003 por Néstor Kirchner y ahora con el gobierno de la Presidenta Cristina Fernández tenemos más que nunca la obligación de ayudar a que la historia siga pujando un mundo nuevo, más justo, más igualitario, más equilibrado. Reinventemos la vida si es preciso, ahora que se quemaron todas las fórmulas que conocíamos.
(Publicado en El Argentino y BAE del 30 de setiembre)

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